ASF remodela la oficina del auditor David Colmenares;costón 2.6 mdp

2022-09-03 12:02:36 By : Mr. yume Li

La Auditoría Superior de la Federación (ASF) “remodeló” el piso 12 de su edificio, donde despacha el auditor David Colmenares, para instalar servicios como regadera, calentador de agua, extractor de vapores, clóset y vestidor, todo con acabados de lujo, que sumaron 2 millones 646 mil pesos de recursos públicos.

De acuerdo con el contrato realizado en diciembre de 2019, se trató de una “optimización de espacios” pero implicó retirar el baño para personas con discapacidad, muros, cancelería, pisos de mármol, recubrimientos de madera, accesorios eléctricos, de voz, datos y aire acondicionado, que apenas tenían dos años de uso, toda vez que el edificio, ubicado en el 167 de la Carretera Picacho-Ajusco, en la colonia Ampliación Fuentes del Pedregal, había sido inaugurado en 2017 con todo lo necesario para albergar a 2 mil 500 empleados, y cuyo costo ascendió a casi mil millones de pesos.

El área intervenida fue de 165 metros cuadrados, según se establece en el requerimiento para colocar falso plafón como parte de los acabados, además del zoclo de mármol, recubrimientos de encino y piso de cerámica. Dicha extensión es equivalente a cuatro casas de interés social de hasta 48 metros cuadrados.

Esta “remodelación” ocurrió a un año y nueve meses del nombramiento como Auditor Federal de David Colmenares, quien es originario de Oaxaca y tiene casa en la colonia residencial San Felipe, misma que visita con regularidad los fines de semana, según han atestiguado residentes oaxaqueños y personal de la Auditoría.

Animal Político solicitó entrevista a la Auditoría pero se negaron a dar algún posicionamiento al respecto y tampoco permitieron la entrada al piso 12 para poder observar el espacio remodelado, pese a que se trata de un edificio de la administración pública y las obras fueron pagadas con presupuesto público.

Sin embargo, la autoridad facultada para revisar la actuación de la Auditoría es la Comisión de Vigilancia de la ASF de la Cámara de Diputados, toda vez que la Auditoría un órgano técnico que depende del Legislativo y -si lo determina necesario- podría citar a comparecer al Auditor Federal. La comisión está presidida por el diputado del PRI, Guillermo Angulo Briceño y como secretarios, Raymundo Atanacio, Lidia García e Inés Parra, de Morena.

Por el momento, el único con acceso al área remodelada es el auditor, relatan empleados que pidieron anonimato por temor a represalias. Además, el paso está restringido por una puerta corrediza de cristal templado de 12.7 milímetros de grosor, con sistema de mando con funciones ‘selft-learning & self monitoring’ y electro-cerradura para bloquear la puerta en modo noche o con control de acceso.

Esa puerta por la que la Auditoría pagó 174 mil pesos, más 23 mil pesos de instalación, también tiene un selector de cinco posiciones (auto-apertura, parcial, solo salida, apagado, cerrado), además de un sistema de amortiguación de sonido y vibraciones.

El arquitecto Sergio Beltrán-García revisó los documentos y explicó que se trata de una puerta de “altísima especialidad y tendría que justificarse por qué una institución como la Auditoría necesitaría una puerta con ese nivel de seguridad”.

Otro investigador urbanista, que pidió no publicar su nombre, concluyó que “al desmantelar la oficina anterior, quitar mobiliario, cambiar canceles de lujo y poner lambrín de madera de encino es claramente la remodelación de una oficina personal. Eso no lo pones en una oficina de atención al público, por el cuidado y mantenimiento que requiere, sino en una de lujo”.

En esto coincidió el ingeniero Luis Gallo socio de la desarrolladora Sequoia con más de 20 años de experiencia. Los requerimientos fijados en la convocatoria de la Auditoría, afirmó, corresponden al tipo de oficina de lujo que la iniciativa privada dispone para sus más altos directivos.

El procedimiento de la obra ocurrió a través de la invitación a tres empresas en la convocatoria ASF-DGRMS-OP-02/2019 publicada el 12 de diciembre de 2019 y la empresa ganadora fue Construideas Innovación y Desarrollo S. A. de C. V., según consta en el contrato obtenido por Animal Político, firmado el 20 de diciembre del mismo año.

Desde la convocatoria, la ASF hizo requerimientos muy específicos sobre las obras incluso precisando marcas, como la mezcladora para regadera modelo e-50, barra de seguridad recta modelo br-470, regadera de plato cuadrado h-3013 y manerales modelo C-69, todos marca Helvex; además de un sistema extractor de vapores marca Systemair para regadera en baño y suministro e instalación de coladera.

También suministro e instalaciones del calentador de agua de salida de agua potable para alimentación de calentador de agua marca Bosh modelo Tronic 4000C 9.5 & 12 kW., advierten los anexos de la invitación para participar en el contrato.

Lee: Diputados eligen a David Colmenares como nuevo auditor, esta es su trayectoria

Entre los “muebles sobre diseño” estuvo un clóset con vestidor de madera por el que Auditoría pagó 51 mil 923, mientras que por otro mueble de madera referido como “guarda grande” pagó 88 mil 812 pesos y por la “guarda chica”, 28 mil 238 pesos. Mientras que el equipo de extracción de olores y gases en cocina, incluyendo una campana decorativa para pared marca Teka, costó 36 mil 196 pesos.

Los acabados solicitados fueron loseta cerámica marca Interseramic, zoclo de mármol, cancelería con cristal templado y lambrín de madera de encino (recubrimientos de muros) y bastidor de madera de pino.

Estas obras fueron realizadas en 15 días -entre el 20 de diciembre y el 5 de enero de 2020 durante el periodo vacacional decembrino- según consta en el documento firmado por José Ignacio Silva Márquez, director general de Recursos Materiales y Servicios de la ASF; Gerardo Gangoiti, director de recursos financieros; Laura Sosa, subdirectora de Apoyo Jurídico y el administrador único de Construideas, Lucio Revilla.

El primer contrato, del 20 de diciembre, ascendió a 2 millones 282 mil pesos, pero el 5 de febrero de 2021 firmó un contrato adicional por requerimientos adicionales por lo que el monto total ascendió a 2 millones 646 mil pesos.

Les decían que tenían “vocación de santas”, que estaban llamadas a “servir a dios” y las sometían a jornadas de hasta 15 horas de trabajo, aisladas en residencias, con una rutina de oración y mortificaciones que incluía bañarse con agua fría y autoflagelarse.

Eso es lo que dicen que sufrieron las 43 mujeres de Argentina, Paraguay y Bolivia que en septiembre de 2021 denunciaron a la organización ultraconservadora católica Opus Dei ante el Vaticano por trata de personas, explotación y reducción a la servidumbre.

Ahora, la orden religiosa en la Región del Plata -que incluye Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay- ha anunciado la creación de una “comisión de escucha y estudio”, aunque dicen hacerlo por “una motivación moral y no jurídica”.

“Creemos que es necesario un ámbito que permita comenzar a sanar lo que haya que sanar”, explica a BBC Mundo la oficina de comunicación del Opus Dei sobre la creación de la comisión. Al ser preguntada por las acusaciones, la orden afirma que no tiene “ninguna notificación de denuncia por parte de las autoridades eclesiásticas”.

“Al finalizar el periodo de escucha y estudio, la comisión presentará sus conclusiones y recomendaciones al vicario regional, para que se tomen las decisiones oportunas”, agregó.

Las mujeres, que no han acudido aún a la justicia ordinaria a la espera de reunir más testimonios, según su abogado, reclaman una reparación económica y un reconocimiento público de la Iglesia.

Sus historias tienen puntos en común: fueron reclutadas entre familias de bajos recursos cuando tenían entre 12 y 16 años y las llevaron a Buenos Aires en las décadas del 70, el 80 y el 90 con la promesa de darles educación.

En cambio, denuncian, recibieron capacitación en tareas domésticas y las hicieron trabajar gratis para miembros de alta jerarquía y sacerdotes de la obra fundada por el cura español y santo Jose María Escrivá de Balaguer.

La denuncia presentada ante el Vaticano asegura que “hubo un plan proselitista” y que “lo hicieron con el conocimiento y consentimiento de las personas que ostentaban las facultades de organización y control”.

“No ha habido ninguna denuncia laboral formal en los últimos 40 años“, replica el Opus Dei al ser preguntado por BBC Mundo. “Y tampoco desde que se han realizado las acusaciones públicas, habiendo transcurrido casi un año (desde las denuncias) y a pesar de que la Prelatura siempre estuvo a total disposición de la Justicia”, agrega.

BBC Mundo no obtuvo respuesta del departamento de prensa del Vaticano ni de otras instituciones de la iglesia católica en Roma.

Alicia Torancio, una de las 43 mujeres denunciantes, se muestra reacia a colaborar con la comisión creada por el Opus.

“¿Cómo esperan que alguien vaya a denunciar el abuso y explotación al que lo abusó y explotó?“, dice a BBC Mundo.

Torancio entró a la obra detrás de una hermana mayor que hoy también es una de las denunciantes.

Estuvo 13 años. Entró en 1994 con 16 y salió en 2007, con casi 30. Ahora, a los 44, las marcas de lo que padeció siguen presentes.

“Los últimos seis años estuve sumergida en una depresión terrible, ellos me trataron con psiquiatras de la obra y tuve un intento de suicidio. Me decían que esa era mi cruz, lo que tenía que pagar por los pecadores, y que con mi sufrimiento estaba sosteniendo las labores apostólicas. Sólo me dejaron ir cuando no servía más para trabajar”.

Torancio nació y creció en Mercedes, a casi 700 kilómetros de Buenos Aires. A los 10 años, mientras los hermanos varones se quedaban a trabajar en el campo con su padre, peón rural, a ella y a sus hermanas las mandaron a casa de unos familiares en la capital argentina para terminar la escuela primaria y después emplearse como servicio doméstico.

Por una de sus hermanas mayores, que ya trabajaba allí, supo de un centro de formación para mujeres. “Te ofrecían algo tentador, porque era una casa donde podías vivir y de paso tener una capacitación”, cuenta a BBC Mundo.

Ahí llegó Élida, la primera Torancio en entrar al Opus Dei como numeraria auxiliar, la categoría más baja de pertenencia a la obra, la de las “mucamas”.

Torancio no quería ser del Opus Dei. Pero a los 15 años y a través de su hermana consiguió trabajo en una residencia de varones perteneciente a la obra. Como estaba sola en Buenos Aires, le ofrecieron alojamiento en la residencia de mujeres donde estaban todas las chicas que estudiaban en el Instituto de Capacitación en Estudios Domésticos, el ICIED, “la escuela de mucamas”.

“Cuando llegas ahí te empiezan a hacer la cabeza. Te dicen que tenés vocación para ser santa, que podés aportar al mundo a través de tu trabajo y que vas a ayudar a cambiar el mundo. Y yo era muy idealista”, se lamenta.

A los tres meses escribió la “carta de admisión” a las autoridades de la obra: un escrito de puño y letra en el que manifestaba su vocación. Una vez que la aceptaron, dejó de cobrar por su trabajo y tuvo que empezar a vivir de un día para el otro con las reglas del “plan de vida” de los miembros: despertarse a las 6 de la mañana, bañarse con agua fría, rezar, estudiar textos de Escrivá de Balaguer y trabajar el resto del día, pero ya sin pago.

“Te dicen que le ofrecés tu trabajo a dios. A mí me preocupaba que ya no iba a poder mandarle dinero a mis padres. Me dijeron: ‘Ya no tenés que preocuparte por tus padres. Ahora tu familia es el Opus Dei'”.

En ese momento le designaron también una directora espiritual con la que debía charlar a diario, y le sumaron la obligación de confesarse una vez a la semana con un sacerdote.

Recibió también una liga de alambre con puntas, el cilicio, y un látigo con un manojo de sogas trenzadas y enceradas, la disciplina, junto con las instrucciones de uso: llevar el alambre ajustado a la pierna dos horas al día y rezar dándose latigazos en la espalda una vez a la semana. Todavía tiene las cicatrices del cilicio en el muslo.

Con la admisión tuvo que ir a la “escuela de mucamas”. Era como una secundaria, pero de sólo tres años y sin título oficial. Tenían clases de cocina, limpieza, costura, modales. La escuela era de 2 a 7 de la tarde. Los padres de algunas de las chicas pagaban una pensión. Las que no podían, como Alicia, sentían la responsabilidad de trabajar más para compensar que no pagaban.

“Te cortan los vínculos con tu familia y con el (mundo de) afuera, pero además tenés prohibido hacerte amiga de alguna de tus compañeras. Tampoco podía compartir con mi hermana. Te observan todo el tiempo y enseguida te llaman la atención”.

El control, dice, se ejercía a través de la “corrección fraterna”: todas observan a todas e informan de todo lo que ven a las directoras, que las corrigen. “Te convierten en una máquina”.

Cada tanto, una vez al año o cada año y medio, la dejaban viajar dos o tres días a visitar a sus padres. Tenía que hacer un pedido especial; a veces le decían que sí y a veces que no. Cuando le daban permiso, tenía que ir acompañada por otra chica.

“Te infantilizaban todo el tiempo. Tenías que pedir permiso para las cosas más tontas y no tenías dinero para manejarte”. El resto del año se podía comunicar por carta o teléfono. Las cartas, tanto las que mandaba como las que recibía, se abrían y leían primero por la directora espiritual, asegura Torancio.

Los traslados entre centros del Opus Dei eran compulsivos, incluso entre provincias y países. A los 20 años mandaron a Torancio a Laya, la residencia de numerarias auxiliares más grande del país, al lado de la sede central de la organización y “centro de estudios” por el que pasan todos los miembros varones y donde también están las máximas autoridades. Queda en la Recoleta, el barrio más caro de Buenos Aires.

La sede central es un gran edificio de nueve pisos de alto. A un costado está el edificio de la servidumbre. Se pueden ver desde la calle las ventanas tapadas que no permiten mirar el exterior ni que el interior se vea desde afuera.

A través de una conexión en el subsuelo, con doble puerta, pasan a trabajar al edificio de la sede central todos los días -en horarios específicos para evitar cruzarse con los varones-. Allí tienen la cocina, el planchero, la tintorería, la sala de lavado y además limpian las habitaciones y espacios comunes, como el oratorio, salas de conferencia, comedor y living. También cosen, bordan y hacen lo que haga falta.

Allí Torancio cumplió la mayoría de edad y dio el paso definitivo como miembro del Opus Dei: la Fidelidad, que es la incorporación de por vida con compromisos de castidad, pobreza y obediencia.

Ese paso es para todos los miembros célibes, que no pueden casarse y son los que ocupan las casas de la obra: los numerarios y numerarias, que son los de alta jerarquía y son profesionales de clases medias y altas; y las numerarias auxiliares, que son las mujeres de origen pobre que sirven y atienden a los demás. Es el caso de Alicia.

Por encima de todos ellos hay una cúpula de religiosos, pero son sólo un 2% de los miembros en el mundo.

La Fidelidad implica el rito de ponerse un anillo como símbolo de unión a la obra y el compromiso de pobreza, que incluye entregar todo lo que se posee y se recibe: sea un regalo o el salario en el caso de quienes trabajan fuera de las casas.

A los 22 años, a Torancio la nombraron jefa de cocina de la sede central: era la responsable del menú, las compras y el servicio para los 100 hombres que vivían allí. Ahí empezó su crisis: “Era demasiada presión y empecé a estar mal”, recuerda.

En el Opus Dei hay un manual para todo. Y cualquier cuestionamiento a lo que se vive se aborda como una duda vocacional que tiene respuesta estandarizada: “Cualquier duda vocacional era abordada por la institución como un problema psicológico/psiquiátrico con el consiguiente suministro de psicofármacos para neutralizar la voluntad”, dicen en la denuncia al Vaticano las 43 mujeres.

Los psiquiatras y psicólogos son siempre miembros del Opus Dei. A Alicia la llevaron primero a una psiquiatra que le dijo que no tenía nada y que fingía su depresión. “Lo que te dicen siempre es que si Jesús y los grandes santos soportaron tanto dolor, cómo no lo vas a soportar vos”.

Consiguió que la llevaran con otra psiquiatra que decidió tratarla. “Enseguida me dieron pastillas, pero siempre era algo que hacía efecto al principio pero después volvía a caer. Llegué a tomar siete u ocho pastillas por día. O más. Era una zombi y pesaba 45 kilos porque no podía comer. Caí en un pozo y empecé a tener ideas suicidas”. Fueron seis años así.

“Yo no lograba levantar. Estuve tan mal que en un momento le pidieron permiso a mi familia para tratarme con electroshock, pero por suerte dijeron que no”.

Después de una sobredosis de pastillas, estuvo internada en un psiquiátrico y recién ahí le dieron permiso para irse a casa con su familia. Ahí empezó a madurar la decisión de irse.

“Fijate el lavado de cabeza que te hacen que yo les decía que me iba porque era mala imagen para ellos. Sentía que no servía, que había fallado a dios. Eso es lo que te dicen”.

Cuando volvió de Corrientes escribió la “carta de dispensa”, porque así como para entrar, también se necesita permiso para dejar el Opus Dei. En los dos casos se hace a través de un escrito de puño y letra que se envía al Prelado, la máxima autoridad de la organización, que reside en la sede central, en Roma.

Es un edificio a pocos kilómetros del Vaticano. Allí se centraliza el control de los 68 países en los que la obra está presente.

Cuando se fue del Opus Dei, con casi 30 años de edad, Torancio sólo tenía una valija y una bolsa con unas pocas cosas personales. Se fue a Corrientes, a casa de sus padres, porque no tenía nada.

De los 13 años que estuvo dentro del Opus Dei, dice que nunca ganó dinero por ni una de las horas trabajadas. No estaba contemplado pagarles. “A nosotras no nos decían que estábamos trabajando. Nos decían que nos estábamos santificando, que lo que Dios nos pedía era servir y que así estábamos ayudando a transformar el mundo”.

Recién en 2005, con cambios en la legislación laboral argentina, el Opus Dei empezó a hacer un pago a las numerarias auxiliares: “Nos hacían firmar un recibo, nos mandaban a cobrar por cajero automático y luego teníamos que entregar todo a las directoras. No te podías quedar ni con un centavo”, dice Alicia, que cumplía así el voto de pobreza al que obliga la obra.

Por eso, le quedaron los dos últimos años de aportes jubilatorios. Por los otros 11 años que estuvo no tiene ni registro de su paso por allí.

“Ellas eran miembros del Opus Dei. Los católicos encarnan los valores del Evangelio de diversas maneras. Los miembros del Opus Dei lo hacen desde su trabajo y en la vida diaria. Para las numerarias auxiliares, esa llamada desde el trabajo se concreta en su elección profesional del cuidado de las personas y actividades ligadas a la Prelatura”, explican a BBC Mundo desde la organización.

“Ese trabajo, como cualquier otro, está remunerado”, dice. Respecto del régimen laboral, dicen que “el Opus Dei se adaptó a las leyes vigentes de cada época“.

“El trabajo que desarrollan las numerarias auxiliares en los centros del Opus Dei se ajustó a las leyes vigentes en cada época”.

“Tienen que reconocer públicamente lo que hicieron con nosotras”, reclama Torancio. “Hay mujeres mayores con muchos problemas de salud por tanto trabajo y que ni siquiera pueden jubilarse”.

Ahora puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.

https://www.youtube.com/watch?v=eCY114Fipts

Estamos procesando tu membresía, por favor sé paciente, este proceso puede tomar hasta dos minutos.